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Sunday, December 30, 2012

La ley del avestruz


Por @AdasOz

En la administración de Gustavo Petro la honestidad parece brillar por su ausencia. Recordemos que antes de lanzarse como candidato a la alcaldía de Bogotá se erigía como símbolo de honestidad y transparencia denunciando casos de corrupción dentro de su mismo partido, entonces el Polo Democrático Alternativo, que incluso utilizó hábilmente para desmarcarse de éste y posteriormente fundar el partido Progresista que lo llevaría a ocupar el segundo cargo más importante en Colombia, la alcaldía de Bogotá.

Días antes de las elecciones para alcalde celebradas el pasado 30 de octubre, se dio a conocer una información que  pasó sin pena ni gloria y a la que no se le abrió investigación alguna: La campaña de Gustavo Petro fue una de las que más aportes y donaciones recibieron, suma que alcanzó el monto de más mil millones de pesos. Dicha información también reveló el nombre de varias empresas que habían sido creadas poco tiempo antes de las elecciones y que incluso, alguna de éstas le habría aportado a la campaña más dinero de lo que poseía en capital pagado. Por ejemplo, llama la atención cómo el director de dicha campaña logró donarle la suma de 800 millones de pesos, a través de una empresa que había sido creada pocos días antes del 30 de octubre.

Pero la “pulcritud” de Petro no es un asunto nuevo, pues desde la época en la que empezaba a militar en el M-19 ya se relacionaba con los que hoy han sido considerados como unos de los cerebros de DMG: Luis Eduardo Gutiérrez y Carlos Gutiérrez, padre e hijo respectivamente, principales financiadores del proyecto de David Murcia, y como si fuera poco, también fueron los principales prestamistas del grupo Nule. Y es que la relación de Petro con los hermanos que desfalcaron a Bogotá con el carrusel de la contratación y las megaobras, que no se ven por ningún lado, va un poco más allá. En 2009, la Fiscalía reveló un correo entre el empresario Carlos Ramírez Gómez, dueño de CAES LTDA., y Miguel Nule, en el que el primero le solicitaba al segundo reunirse con Petro para darle apoyo durante su campaña como candidato del PDA a las elecciones presidenciales.

Para Petro fue muy fácil señalar en su momento a unos cuantos copartidarios untados hasta más no poder del conocido escándalo de los hermanos Nule, entre ellos a Samuel Moreno Rojas, alcalde de Bogotá en ese entonces y que él mismo apoyara durante su candidatura a la alcaldía, pero no ha sido capaz de explicar con claridad sus nexos con los  Nule ni con DMG. Si no tuviera nada qué esconder, no saldría con sus acostumbradas evasivas. No en vano ha bloqueado en Twitter a todos lo que nos atrevemos a hacerle preguntas que le incomodan. Su falta de carácter para reconocer errores y recibir críticas es uno de los rasgos más característicos de la mal llamada “democracia moderna”, que no es más que un autoritarismo disfrazado.

Pese a todo lo anterior, y a que durante la campaña se advirtió incansablemente sobre lo irrealizable que sería su plan de gobierno, así como sobre las nefastas consecuencias que traería a la capital, Petro fue el legítimo ganador de las elecciones para la alcaldía de Bogotá, y poco tardó en generar controversia al decir que fusionaría las empresas del distrito, generando incluso antes de posesionarse, pánico económico por lo cual hoy es investigado. Mal precedente sentaba entonces el alcalde electo sin haberse estrenado en su puesto, pues parece costarle la vida tener que rectificar sobre sus metidas de pata cada vez más grandes, en la medida en que transcurren los meses.

Ya son ocho meses exactos desde que Petro estrenó el segundo puesto más importante del país y nada que la ciudad arranca. Todos los proyectos que habían sido previamente trazados para la ciudad tienen puesto el freno de mano, pues al alcalde le parece mejor experimentar con temas que parecen novedosos, pero que no dejan de ser populistas e irreales. Y digo que son irreales no solo porque muchos de sus planteamientos son insostenibles económicamente hablando, como es el caso del agua gratis para los estratos más bajos, sino porque muchas de sus “novedosas” propuestas ni siquiera cuentan con estudios de factibilidad, como por ejemplo la propuesta de no construir metro sino tranvía o metro ligero como lo llaman en algunas ciudades de Europa, o el recientemente implementado Pico y Placa, que no hizo más sino desplazar los horarios del trancón durante la mayor parte del día. Tampoco podemos olvidar el proyecto de la construcción de la ALO, tan necesario para una ciudad que carece de vías, pero que a él le parece una barbaridad construirla por motivos ambientales. En su momento, su propuesta fue más absurda todavía, pues pretendía convertir esos terrenos en ciudadelas educativas. Al parecer ya se retractó y como que sí quiere que se construya dicha vía, pero de a dos carriles por sentido. Es decir, a medias.

Muchos han sido los temas que han generado controversia sobre la gestión de Gustavo Petro, pero llama mucho la atención un asunto reciente y es el de la investigación que ahora le abre la Contraloría por diversas irregularidades en la celebración de contratos, entre las que se destaca la alta incidencia en la contratación directa y por prestación de servicios, respecto de los que se han celebrado vía licitación pública. Durante los primeros seis meses de su gestión, el 43,7% de los contratos se han realizado a través de contratación directa, un 31% se ha realizado a través de contratación de derecho privado, contra un ínfimo porcentaje del 12,1% de contratos celebrados vía licitación pública. Lo que puede resultar en un fraccionamiento de grandes contratos en muchos pequeños, con el fin de beneficiar a unos pocos contratistas. Pero las irregularidades van más allá, pues según parece, la contratación se ha concentrado en tres sectores que son: Salud, Educación y Hábitat y Servicios Públicos, y además de esto, determinados contratos reportan inconsistencias al relacionar ítems como “otro” y “en blanco” en los tipos de gastos, bien por inversión o funcionamiento, lo que dificulta un análisis real de los grandes contratos que ha celebrado el distrito. Sobre el tema también llama mucho la atención la concentración en contratación, la celebración de diferentes contratos con la misma persona para que, en resumidas cuentas, realice las mismas funciones para cada uno de ellos. Así mismo, se vienen registrando contratos con personas que no son idóneas para ocupar el cargo, bien porque no son profesionales, o porque su profesión no los faculta para realizar las funciones delegadas. Si mal no recuerdo, la cabeza de Paul Bromberg fue una de las primeras, entre muchas, en rodar en el Palacio Liévano, al recomendarle, como veedor de Bogotá, abstenerse de contratar personal no idóneo para realizar su trabajo. Ya sabemos que a Petro no le gusta que lo contradigan, así sea por el bien de la ciudad. En dichos contratos, Petro tampoco ha dejado de beneficiar a familiares suyos o de su esposa, y por eso también tendrá que responder ante la investigación que le ha abierto la Contraloría.

Así que el que en campaña se mostraba, incluso con un aire arrogante de superioridad moral, cae cada día más bajo ante el paso del tiempo y la mirada expectante de los bogotanos y del resto de ciudadanos del país. Tal parece que para Petro las llamadas “mafias” son todas aquellas a las que él no pertenece y por esa razón él sí pide que sean investigadas y penalizadas. ¿Cómo le llamaríamos a su proceder como alcalde luego de ver cómo gestiona los contratos del distrito? Recordemos que como candidato, era el primero en decir que él trabajaría con independencia de poder, lejos de la maquinaria y de las mafias. Claro, quería independencia para poder celebrar contratos como le diera la gana y para beneficiar a los más allegados a él, a gente que ni siquiera cuenta con carreras profesionales y que cobra más de 16 millones de pesos al mes.

La gestión de Petro no ha sido fácil no porque haya una conspiración en su contra, tal como él lo quiere hacer ver, sino porque él mismo es un personaje polémico debido a su carácter autoritario y déspota. El descalabro de Bogotá no podría ser peor, pero la ciudad insiste en reincidir.