Entrevista a Bjorn Lomborg
EL MUNDO QUE VIENE / BJORN LOMBORG
«No es mucho lo que se puede conseguir aplicando el Protocolo de Kioto: saldrá caro y hará muy poco bien.»
FOREIGN POLICY LE SITUA COMO EL 14º INTELECTUAL MAS DESTACADO DEL MUNDO Y 'TIME', ENTRE LAS 100 PERSONAS MAS INFLUYENTES. ANTIGUO MIEMBRO DE GREEN-PEACE, SU OBRA 'EL ECOLOGISTA ESCEPTICO' LE HA GRANJEADO EL ODIO ETERNO DE LAS ORGANIZACIONES ECOLOGISTAS
SILVIA ROMAN
CARGO: Profesor en la Escuela de Negocios de Copenhague, escritor y 'ecologista escéptico'. / EDAD: 40 años. / FORMACION: Ciencias políticas. / CREDO: La probable existencia de un Dios y de una Justicia superior. / AFICIONES: Jugar a la PlayStation, comer pizza, tocar el piano, estar con los amigos, ver películas. / SUEÑO: Tener una vida interesante y que la gente establezca prioridades.
BERLIN.- La naturaleza alegre y polémica de Bjorn Lomborg se descubre nada más buscar su nombre en Internet. Junto a su página web -www.lomborg.com-, aparece una contrapágina -www.anti-lomborg.com-.Tras contemplar una foto con su rostro nórdico bien sonriente, la Red muestra otra en la que al intelectual danés le han arrojado una tarta en la cara en una librería de Oxford.
Con su obra El ecologista escéptico (Espasa), Lomborg pretendía remover conciencias, pero ha conseguido también revolver estómagos.Las organizaciones ecologistas no le perdonan que defendiera con datos que la situación medioambiental de la Tierra no es tan alarmante y que su optimismo acaparara las columnas de opinión del New York Times o el Wall Street Journal y los programas de la ABC, la CNN o la BBC.
Encontramos a Lomborg a una hora de avión de Copenhague, en Berlín, la capital alemana, donde ha sido invitado a participar en un debate. Alto, delgado y derrochando simpatía, viste de manera desenfadada, pero todo es de marca. Estamos bajo cero, pero bajo el plumífero sólo lleva una camiseta de manga corta. ¿Qué más da? Siempre brilla el sol en el mundo de Bjorn Lomborg.
PREGUNTA.- Tras el boom de El ecologista escéptico, ¿con qué próximo libro va a hacer temblar a la comunidad científica internacional?
RESPUESTA.- Por ahora no tengo pensado escribir otro libro porque mi objetivo es intentar que la gente piense y que hable sobre las prioridades: qué deberíamos hacer primero y todo ello en relación con el Medio Ambiente. El escepticismo medioambiental al que yo aludo significa que uno no puede hacer todas las cosas al mismo tiempo, por lo que hay que preocuparse por elegir prioridades.La contaminación del aire es peligrosa y los pesticidas también, pero ambos asuntos no tienen el mismo nivel de peligrosidad.En EEUU, los pesticidas matan a unos 20 norteamericanos por año mientras que la contaminación del aire acaba con la vida de unos 42.000. De ahí que tenga sentido decir que hay que preocuparse primero por los problemas grandes, esto es, que hay que dedicarse primero a la lucha contra la contaminación y después contra los pesticidas. Además, para acabar con la primera, probablemente puedas hacer algo con 20.000 millones de dólares, mientras que si te vuelcas con los pesticidas necesitas 100.000 millones de dólares y, a la vez, producirás un aumento de precios en las frutas y verduras. Yo intento, por tanto, que la gente centre su atención en los asuntos adecuados, que son aquéllos de los que puedes sacar mucho a un bajo coste y no al contrario.
P.- ¿Podría dar un ejemplo de cuáles son las prioridades correctas y cuáles las equivocadas?
R.- Sí, por supuesto. Entre las correctas estaría la mencionada contaminación del aire. La Agencia Medioambiental Estadounidense estima que entre un 86% y un 96% de todos los beneficios sociales de cualquier regulación medioambiental proceden de las que conciernen a la contaminación del aire. Y mientras, hay gente preocupada por otros miles de cosas, como los pesticidas o el calentamiento global. Respecto a este último, yo no digo que el calentamiento global no sea real o que no esté ocurriendo. Incluso creo que es un problema importante. Nunca lo negaré. Yo no soy George Bush. Ahora bien, tenemos que darnos cuenta de que sólo conseguiremos algo en relación con este asunto a base de gastar muchísimo dinero.Todos conocemos el Protocolo de Kioto y la reducción de emisiones contaminantes que promueve, la cual, por cierto, no es una cifra nada trivial para los países industrializados y les va a producir elevados costes. Si cada nación cumple con Kioto, incluido EEUU, el coste será de 150.000 millones de dólares anuales. No habría prácticamente ningún impacto si se pospusiera la lucha contra el calentamiento global. Realmente, no es mucho lo que uno puede conseguir hoy en día con el Protocolo de Kioto. Por eso, no está bien decirle a la gente que el calentamiento global es lo primero por lo que hay que preocuparse. Tampoco quiero que se diga que el calentamiento global no es un problema, pero antes de resolver este asunto tenemos que resolver todos los demás.
P.- ¿Está diciendo que usted no firmaría el Protocolo de Kioto?
R.- Efectivamente. Yo no firmaría el Protocolo de Kioto. Y aquí vuelvo a insistir en que tenemos que empezar a pensar en las prioridades. Sabemos por las Naciones Unidas que podemos resolver todos los problemas básicos del mundo con unos 75.000 millones de dólares al año: agua potable, higiene, un sistema sanitario básico y educación para cada habitante del planeta. Así que, ¿qué tenemos que hacer? ¿Hacer el mundo un poco mejor dentro de 100 años con el Protocolo de Kioto por 150.000 millones de dólares anuales o mejorar el mundo de ahora mismo por la mitad de esa cantidad? Me parece que no tenemos que rompernos la cabeza.¡Hagamos la mejor inversión en primer lugar!
P.- Si sus explicaciones son tan lógicas, ¿por qué tiene tantos detractores?
R.- Porque en el mundo rico nos podemos permitir preocuparnos por el medio ambiente. Y es genial. Ante todo, porque nuestros niños no mueren de hambre o enfermedades y eso ya es un gran problema menos. En el Tercer Mundo se preocupan por muchas otras cosas antes: porque no se mueran los niños, porque tengan una educación... Cuando nosotros discutimos sobre qué deberíamos hacer, tendemos todos a decir: «Oh, apliquemos el Protocolo de Kioto». Pero, en ese momento, yo especifico: «Escuchen, si ustedes están realmente preocupados por el mundo, hay un montón de cosas que hacer antes». Y aquí aparece el Consenso de Copenhague. Después de mi libro El ecologista escéptico, que se centra principalmente en el Primer Mundo, vi que el calentamiento global estaba haciendo debatir a todo el mundo hasta qué punto nos importa el planeta.Entonces, pensé en reunir a algunos de los mejores expertos internacionales para observar todas las prioridades existentes. Y lo hicimos.Escogimos los grandes retos globales: conflictos civiles, cambios climáticos, enfermedades, educación, estabilidad financiera...Y vimos que sabemos cómo resolver estos problemas, al menos parcialmente.Sabemos que el cambio climático se soluciona cortando las emisiones, sabemos que para acabar con el sida hay que facilitar el acceso a los condones, sabemos que para frenar conflictos civiles se tiene que echar mano de las fuerzas de paz de la ONU... Sabemos mucho de cómo solucionar problemas, pero no sabemos su tamaño y cuantía. Esto es, desconocemos cuánto va a costar y hasta qué punto se van a solucionar esos problemas. Imagínese a los científicos hablando de ello, a unos insistiendo en que el calentamiento global es horrible y a otros en que lo más terrible son los conflictos civiles, pero, a su vez, añadiendo las soluciones: cortar emisiones y llevar fuerzas de paz de la ONU. Por otro lado están los políticos y los gobiernos que tienen que decidir. Pero el problema es que hoy en día existe un menú con todos estos asuntos, pero sin los precios. Es como entrar en un restaurante y observar todas las cosas fantásticas que uno puede pagar, pero no tener ni idea de cuánto van a costar. Por eso yo digo que hay que dejar a varios de los mejores economistas del mundo que pongan los precios de los platos de este menú.
P.- Entonces, al final tiene la última palabra la economía y no la ciencia...
R.- Bueno, los científicos son imprescindibles para decir lo que hay que hacer, pero en el momento de toma de decisión del proceso hacen falta no sólo los científicos sino los economistas.Parece una idea muy obvia, pero nadie ha hecho esto hasta que ha aparecido el Consenso de Copenhague.
P.- ¿Cómo puede ser posible?
R.- Por varias razones. Primero, porque es duro. Cuesta mucho esfuerzo hacerlo. Cuando yo empecé, muchísima gente me dijo: «¡Genial idea! ¡Nunca antes había pasado!». ¿Por qué? Porque realmente es un gran sacrificio. Establecer prioridades es desagradable porque una cosa es decir: «Yo quiero hacer esto»; y otra bien distinta el decir: «Yo no quiero hacer esto primero». Otro ejemplo: si los políticos se tienen que enfrentar a 10 organizaciones que les piden dinero, acaban dando una parte a cada una porque así ninguna se quejará y todas quedarán contentas. Pero seguro que una de ellas tenía un plan mejor que el de las demás y habría que haberle dado a ella casi todo el dinero. Pero, claro, si eres político, no quieres tener sólo a una contenta y al resto gritándote. Quieres comprar calma, silencio. Aunque, pensando en la viabilidad de los proyectos, deberías dar mucho dinero sólo a algunos grupos, a aquéllos que harán la mejor inversión y que harán más cosas buenas en el mundo. El sistema político no tiene una inclinación o una tendencia natural a priorizar.
P.- ¿Por eso es por lo que no firmaría el Protocolo de Kioto?
R.- No, no lo firmaría. Yo diría que la preocupación por el calentamiento global está justificada, pero que éste es un problema de dentro de 100 años. Y si es así, ¿por qué solucionarlo el año que viene? Saldría muy caro y haría poco bien. De lo primero que hay que preocuparse es de asegurar que la mayoría de la gente en el mundo no esté enferma, de que tenga alcance a la riqueza y de que sea capaz de vender sus productos en otras partes del mundo. Si se consiguen estas tres cosas, que son realmente muy baratas, se hará un bien inmensamente mayor que conducirá a que esta gente tenga que pensar menos en sus problemas y empiece a fijarse en el medio ambiente, reduciendo la contaminación y, en un tiempo, incluso preocupándose por el calentamiento global. Pero uno siempre debe preocuparse por los asuntos correctos en primer lugar, porque harán un bien mucho mayor.
P.- Póngame un ejemplo de esto.
R.- Si uno gasta un euro en prevenir el sida, acabará produciendo 40 euros de beneficios, mientras que si este euro se gasta en el Protocolo de Kioto, obtendrá sólo dos céntimos. La cuestión no es decir que Kioto no es bueno, sino que se pueden hacer muchas más cosas, y mejores, con el dinero que se dedica a él. Pero los políticos nunca apoyarán esta idea porque ellos cuentan lo que suena bien. Y decir, por ejemplo, en una campaña electoral que van a luchar por el medio ambiente queda bien, pero decir que van a gastar mucho dinero en la lucha contra el sida o la malaria queda raro. Mientras, a los propios ciudadanos les gusta tener el sentimiento de que se preocupan por la naturaleza.
P.- Pero usted también, ¿no? ¿O acaso ya no se siente un ecologista?
R.- ¡Oh, sí! Por supuesto. Pero le recuerdo que si tengo tiempo de pensar en el medio ambiente es porque soy rico.
P.- ¿No es quizá demasiado optimista al pensar que su propuesta sería la correcta y solucionaría grandes males?
R.- No. Yo no soy optimista, soy realista. Uno no puede tener todo en la vida. Uno no puede gastarse el dinero dos veces. Por eso uno tiene que gastárselo a la primera correctamente.
P.- ¿Y por qué está sufriendo todo tipo de ataques?
R.- Porque saco de las casillas a la gente. Cuando uno habla de prioridades, significa que algo va a dejar de hacerse. Cuando uno propone que se salven en primer lugar los bosques que sirven para proteger animales y no los que sirven para divertir a la gente de la ciudad, la gente se enfada. Cuando uno dice: «Ayudemos al mundo, empecemos por combatir el sida», las organizaciones que luchan por ello te adoran, pero los científicos preocupados por el clima se ponen nerviosos. Uno enfada a la gente cuando establece prioridades.
P.- ¿Es verdad que usted fue miembro de Greenpeace?
R.- Sí, claro.
P.- Porque se dijo que su afiliación no consta en ninguna de las oficinas de la organización y que lo mismo todo era un truco para vender más libros.
R.- Yo fui miembro de Greenpeace de los 18 años a los 22 en Dinamarca.Y si yo no estoy registrado es porque Greenpeace Dinamarca empezó a grabar los datos a partir de 1991. Pero cualquiera puede preguntar a mis amigos. Otra cosa es que yo no fuera de los que se encadenaba y esas cosas, pero por supuesto que fui un miembro y mi habitación estaba llena de pósters de la organización. En todo caso, lo único que importa ahora es que lo que yo he escrito y defiendo es verdad.
LA CUESTION
- ¿Por qué le cae usted tan mal a Greenpeace?
- Greenpeace se maneja en los medios de comunicación y a menudo tiende a hacer lo que queda bien en la tele. Muchos defensores del Medio Ambiente defienden problemas aburridos, pero Greenpeace trabaja con los problemas que más interesan. Por ejemplo, intentan proteger las crías de las focas, ya que es una visión horrible cuando las matan. Yo soy vegetariano y no quiero que se maten animales, pero las crías de las focas no son diferentes a las de otros animales. Los problemas más urgentes no suelen ser los que quedan bien en la televisión, sino los más aburridos. Pasó con el 'tsunami' en Navidad. Fue espectacular, pero ¿acaso no lo son las enfermedades, el sida o la malnutrición? Yo no argumento con imágenes, sino con cifras, y no les voy a quitar su eficacia a las primeras, porque, al menos, funcionan. Quizá deberíamos estar menos preocupados por las imágenes y más por la realidad.
SU PROPIO MUNDO
«Hay que dejar atrás la idea de que el mundo va al desastre»
A la Tierra, ¿le va bien o le va mal?
- En general, el mundo se mueve en la buena dirección, pero por eso mismo hay que seguir mejorando. En todo caso, la mayoría de las estadísticas muestran que a la Humanidad le va mejor.Vivimos más tiempo, hay menos mortalidad infantil, hay más comida y menos gente que muere de hambre, tenemos mejor educación...
Sí, pero, ¿en qué países? Tal vez en la opulenta Dinamarca, pero en la vapuleada India no creo que sirvan esas estadísticas.
- Vale, sí. En Africa y la India todo está peor, pero también es cierto que incluso en estos lugares hay ahora más comida y la gente tiene unos ingresos más elevados, aunque esto último quizá no valga para Africa, ya que este continente es realmente un problema. Las cosas van a mejor y no a peor. Incluso tendremos menos contaminación, y no más, también en España. Hay que dejar atrás la imagen de que todo va hacia el desastre y menos aún tomar una actitud de pánico y gritar a la gente: «¡Eh, tenéis que hacer algo!». Si alguien te pone una pistola en la cabeza y te pide el dinero, tú se lo das. Yo quiero quitar la pistola de la cabeza, que la gente se dé cuenta de que todo va en la buena dirección, pero que ello no quiere decir que no debamos preocuparnos por los retos globales. Hay muchas cosas por hacer.
¿Aplica usted las prioridades que tanto defiende en su vida diaria?
- Creo que sí, que todos lo hacemos, por ejemplo, a la hora de ir de vacaciones y renunciar a comprar ese abrigo tan caro que nos gustaba. Y no sólo en la vida privada, sino en el trabajo, así que, ¿por qué no hacerlo en la vida pública, en la política?
¿Tiene coche?
- No. Voy en bicicleta. En Dinamarca es muy caro tener un coche.Tienes que pagar muchos impuestos y lo veo genial. Es estupendo que exista una sociedad que trabaje para hacer a la gente la vida más cómoda eligiendo las mejores opciones. Y lo veo así de bien no sólo porque sea verde, sino porque Dinamarca ha decidido organizar la sociedad de una manera en la que sea fácil ser verde.
¿Con qué metas sueña?
- Conseguir que la gente establezca prioridades y, a nivel personal, asegurarme de tener una vida interesante. Soy académico. Adoro las ideas y creo que éstas pueden cambiar el mundo. Me encanta pasármelo bien, porque creo que mucha gente lo olvida, crece demasiado rápido y está seria todos los minutos del día. Me gustaría tener más aficiones, pero no tengo suficiente tiempo. En todo caso, adoro las cosas que hago.
«No es mucho lo que se puede conseguir aplicando el Protocolo de Kioto: saldrá caro y hará muy poco bien.»
FOREIGN POLICY LE SITUA COMO EL 14º INTELECTUAL MAS DESTACADO DEL MUNDO Y 'TIME', ENTRE LAS 100 PERSONAS MAS INFLUYENTES. ANTIGUO MIEMBRO DE GREEN-PEACE, SU OBRA 'EL ECOLOGISTA ESCEPTICO' LE HA GRANJEADO EL ODIO ETERNO DE LAS ORGANIZACIONES ECOLOGISTAS
SILVIA ROMAN
CARGO: Profesor en la Escuela de Negocios de Copenhague, escritor y 'ecologista escéptico'. / EDAD: 40 años. / FORMACION: Ciencias políticas. / CREDO: La probable existencia de un Dios y de una Justicia superior. / AFICIONES: Jugar a la PlayStation, comer pizza, tocar el piano, estar con los amigos, ver películas. / SUEÑO: Tener una vida interesante y que la gente establezca prioridades.
BERLIN.- La naturaleza alegre y polémica de Bjorn Lomborg se descubre nada más buscar su nombre en Internet. Junto a su página web -www.lomborg.com-, aparece una contrapágina -www.anti-lomborg.com-.Tras contemplar una foto con su rostro nórdico bien sonriente, la Red muestra otra en la que al intelectual danés le han arrojado una tarta en la cara en una librería de Oxford.
Con su obra El ecologista escéptico (Espasa), Lomborg pretendía remover conciencias, pero ha conseguido también revolver estómagos.Las organizaciones ecologistas no le perdonan que defendiera con datos que la situación medioambiental de la Tierra no es tan alarmante y que su optimismo acaparara las columnas de opinión del New York Times o el Wall Street Journal y los programas de la ABC, la CNN o la BBC.
Encontramos a Lomborg a una hora de avión de Copenhague, en Berlín, la capital alemana, donde ha sido invitado a participar en un debate. Alto, delgado y derrochando simpatía, viste de manera desenfadada, pero todo es de marca. Estamos bajo cero, pero bajo el plumífero sólo lleva una camiseta de manga corta. ¿Qué más da? Siempre brilla el sol en el mundo de Bjorn Lomborg.
PREGUNTA.- Tras el boom de El ecologista escéptico, ¿con qué próximo libro va a hacer temblar a la comunidad científica internacional?
RESPUESTA.- Por ahora no tengo pensado escribir otro libro porque mi objetivo es intentar que la gente piense y que hable sobre las prioridades: qué deberíamos hacer primero y todo ello en relación con el Medio Ambiente. El escepticismo medioambiental al que yo aludo significa que uno no puede hacer todas las cosas al mismo tiempo, por lo que hay que preocuparse por elegir prioridades.La contaminación del aire es peligrosa y los pesticidas también, pero ambos asuntos no tienen el mismo nivel de peligrosidad.En EEUU, los pesticidas matan a unos 20 norteamericanos por año mientras que la contaminación del aire acaba con la vida de unos 42.000. De ahí que tenga sentido decir que hay que preocuparse primero por los problemas grandes, esto es, que hay que dedicarse primero a la lucha contra la contaminación y después contra los pesticidas. Además, para acabar con la primera, probablemente puedas hacer algo con 20.000 millones de dólares, mientras que si te vuelcas con los pesticidas necesitas 100.000 millones de dólares y, a la vez, producirás un aumento de precios en las frutas y verduras. Yo intento, por tanto, que la gente centre su atención en los asuntos adecuados, que son aquéllos de los que puedes sacar mucho a un bajo coste y no al contrario.
P.- ¿Podría dar un ejemplo de cuáles son las prioridades correctas y cuáles las equivocadas?
R.- Sí, por supuesto. Entre las correctas estaría la mencionada contaminación del aire. La Agencia Medioambiental Estadounidense estima que entre un 86% y un 96% de todos los beneficios sociales de cualquier regulación medioambiental proceden de las que conciernen a la contaminación del aire. Y mientras, hay gente preocupada por otros miles de cosas, como los pesticidas o el calentamiento global. Respecto a este último, yo no digo que el calentamiento global no sea real o que no esté ocurriendo. Incluso creo que es un problema importante. Nunca lo negaré. Yo no soy George Bush. Ahora bien, tenemos que darnos cuenta de que sólo conseguiremos algo en relación con este asunto a base de gastar muchísimo dinero.Todos conocemos el Protocolo de Kioto y la reducción de emisiones contaminantes que promueve, la cual, por cierto, no es una cifra nada trivial para los países industrializados y les va a producir elevados costes. Si cada nación cumple con Kioto, incluido EEUU, el coste será de 150.000 millones de dólares anuales. No habría prácticamente ningún impacto si se pospusiera la lucha contra el calentamiento global. Realmente, no es mucho lo que uno puede conseguir hoy en día con el Protocolo de Kioto. Por eso, no está bien decirle a la gente que el calentamiento global es lo primero por lo que hay que preocuparse. Tampoco quiero que se diga que el calentamiento global no es un problema, pero antes de resolver este asunto tenemos que resolver todos los demás.
P.- ¿Está diciendo que usted no firmaría el Protocolo de Kioto?
R.- Efectivamente. Yo no firmaría el Protocolo de Kioto. Y aquí vuelvo a insistir en que tenemos que empezar a pensar en las prioridades. Sabemos por las Naciones Unidas que podemos resolver todos los problemas básicos del mundo con unos 75.000 millones de dólares al año: agua potable, higiene, un sistema sanitario básico y educación para cada habitante del planeta. Así que, ¿qué tenemos que hacer? ¿Hacer el mundo un poco mejor dentro de 100 años con el Protocolo de Kioto por 150.000 millones de dólares anuales o mejorar el mundo de ahora mismo por la mitad de esa cantidad? Me parece que no tenemos que rompernos la cabeza.¡Hagamos la mejor inversión en primer lugar!
P.- Si sus explicaciones son tan lógicas, ¿por qué tiene tantos detractores?
R.- Porque en el mundo rico nos podemos permitir preocuparnos por el medio ambiente. Y es genial. Ante todo, porque nuestros niños no mueren de hambre o enfermedades y eso ya es un gran problema menos. En el Tercer Mundo se preocupan por muchas otras cosas antes: porque no se mueran los niños, porque tengan una educación... Cuando nosotros discutimos sobre qué deberíamos hacer, tendemos todos a decir: «Oh, apliquemos el Protocolo de Kioto». Pero, en ese momento, yo especifico: «Escuchen, si ustedes están realmente preocupados por el mundo, hay un montón de cosas que hacer antes». Y aquí aparece el Consenso de Copenhague. Después de mi libro El ecologista escéptico, que se centra principalmente en el Primer Mundo, vi que el calentamiento global estaba haciendo debatir a todo el mundo hasta qué punto nos importa el planeta.Entonces, pensé en reunir a algunos de los mejores expertos internacionales para observar todas las prioridades existentes. Y lo hicimos.Escogimos los grandes retos globales: conflictos civiles, cambios climáticos, enfermedades, educación, estabilidad financiera...Y vimos que sabemos cómo resolver estos problemas, al menos parcialmente.Sabemos que el cambio climático se soluciona cortando las emisiones, sabemos que para acabar con el sida hay que facilitar el acceso a los condones, sabemos que para frenar conflictos civiles se tiene que echar mano de las fuerzas de paz de la ONU... Sabemos mucho de cómo solucionar problemas, pero no sabemos su tamaño y cuantía. Esto es, desconocemos cuánto va a costar y hasta qué punto se van a solucionar esos problemas. Imagínese a los científicos hablando de ello, a unos insistiendo en que el calentamiento global es horrible y a otros en que lo más terrible son los conflictos civiles, pero, a su vez, añadiendo las soluciones: cortar emisiones y llevar fuerzas de paz de la ONU. Por otro lado están los políticos y los gobiernos que tienen que decidir. Pero el problema es que hoy en día existe un menú con todos estos asuntos, pero sin los precios. Es como entrar en un restaurante y observar todas las cosas fantásticas que uno puede pagar, pero no tener ni idea de cuánto van a costar. Por eso yo digo que hay que dejar a varios de los mejores economistas del mundo que pongan los precios de los platos de este menú.
P.- Entonces, al final tiene la última palabra la economía y no la ciencia...
R.- Bueno, los científicos son imprescindibles para decir lo que hay que hacer, pero en el momento de toma de decisión del proceso hacen falta no sólo los científicos sino los economistas.Parece una idea muy obvia, pero nadie ha hecho esto hasta que ha aparecido el Consenso de Copenhague.
P.- ¿Cómo puede ser posible?
R.- Por varias razones. Primero, porque es duro. Cuesta mucho esfuerzo hacerlo. Cuando yo empecé, muchísima gente me dijo: «¡Genial idea! ¡Nunca antes había pasado!». ¿Por qué? Porque realmente es un gran sacrificio. Establecer prioridades es desagradable porque una cosa es decir: «Yo quiero hacer esto»; y otra bien distinta el decir: «Yo no quiero hacer esto primero». Otro ejemplo: si los políticos se tienen que enfrentar a 10 organizaciones que les piden dinero, acaban dando una parte a cada una porque así ninguna se quejará y todas quedarán contentas. Pero seguro que una de ellas tenía un plan mejor que el de las demás y habría que haberle dado a ella casi todo el dinero. Pero, claro, si eres político, no quieres tener sólo a una contenta y al resto gritándote. Quieres comprar calma, silencio. Aunque, pensando en la viabilidad de los proyectos, deberías dar mucho dinero sólo a algunos grupos, a aquéllos que harán la mejor inversión y que harán más cosas buenas en el mundo. El sistema político no tiene una inclinación o una tendencia natural a priorizar.
P.- ¿Por eso es por lo que no firmaría el Protocolo de Kioto?
R.- No, no lo firmaría. Yo diría que la preocupación por el calentamiento global está justificada, pero que éste es un problema de dentro de 100 años. Y si es así, ¿por qué solucionarlo el año que viene? Saldría muy caro y haría poco bien. De lo primero que hay que preocuparse es de asegurar que la mayoría de la gente en el mundo no esté enferma, de que tenga alcance a la riqueza y de que sea capaz de vender sus productos en otras partes del mundo. Si se consiguen estas tres cosas, que son realmente muy baratas, se hará un bien inmensamente mayor que conducirá a que esta gente tenga que pensar menos en sus problemas y empiece a fijarse en el medio ambiente, reduciendo la contaminación y, en un tiempo, incluso preocupándose por el calentamiento global. Pero uno siempre debe preocuparse por los asuntos correctos en primer lugar, porque harán un bien mucho mayor.
P.- Póngame un ejemplo de esto.
R.- Si uno gasta un euro en prevenir el sida, acabará produciendo 40 euros de beneficios, mientras que si este euro se gasta en el Protocolo de Kioto, obtendrá sólo dos céntimos. La cuestión no es decir que Kioto no es bueno, sino que se pueden hacer muchas más cosas, y mejores, con el dinero que se dedica a él. Pero los políticos nunca apoyarán esta idea porque ellos cuentan lo que suena bien. Y decir, por ejemplo, en una campaña electoral que van a luchar por el medio ambiente queda bien, pero decir que van a gastar mucho dinero en la lucha contra el sida o la malaria queda raro. Mientras, a los propios ciudadanos les gusta tener el sentimiento de que se preocupan por la naturaleza.
P.- Pero usted también, ¿no? ¿O acaso ya no se siente un ecologista?
R.- ¡Oh, sí! Por supuesto. Pero le recuerdo que si tengo tiempo de pensar en el medio ambiente es porque soy rico.
P.- ¿No es quizá demasiado optimista al pensar que su propuesta sería la correcta y solucionaría grandes males?
R.- No. Yo no soy optimista, soy realista. Uno no puede tener todo en la vida. Uno no puede gastarse el dinero dos veces. Por eso uno tiene que gastárselo a la primera correctamente.
P.- ¿Y por qué está sufriendo todo tipo de ataques?
R.- Porque saco de las casillas a la gente. Cuando uno habla de prioridades, significa que algo va a dejar de hacerse. Cuando uno propone que se salven en primer lugar los bosques que sirven para proteger animales y no los que sirven para divertir a la gente de la ciudad, la gente se enfada. Cuando uno dice: «Ayudemos al mundo, empecemos por combatir el sida», las organizaciones que luchan por ello te adoran, pero los científicos preocupados por el clima se ponen nerviosos. Uno enfada a la gente cuando establece prioridades.
P.- ¿Es verdad que usted fue miembro de Greenpeace?
R.- Sí, claro.
P.- Porque se dijo que su afiliación no consta en ninguna de las oficinas de la organización y que lo mismo todo era un truco para vender más libros.
R.- Yo fui miembro de Greenpeace de los 18 años a los 22 en Dinamarca.Y si yo no estoy registrado es porque Greenpeace Dinamarca empezó a grabar los datos a partir de 1991. Pero cualquiera puede preguntar a mis amigos. Otra cosa es que yo no fuera de los que se encadenaba y esas cosas, pero por supuesto que fui un miembro y mi habitación estaba llena de pósters de la organización. En todo caso, lo único que importa ahora es que lo que yo he escrito y defiendo es verdad.
LA CUESTION
- ¿Por qué le cae usted tan mal a Greenpeace?
- Greenpeace se maneja en los medios de comunicación y a menudo tiende a hacer lo que queda bien en la tele. Muchos defensores del Medio Ambiente defienden problemas aburridos, pero Greenpeace trabaja con los problemas que más interesan. Por ejemplo, intentan proteger las crías de las focas, ya que es una visión horrible cuando las matan. Yo soy vegetariano y no quiero que se maten animales, pero las crías de las focas no son diferentes a las de otros animales. Los problemas más urgentes no suelen ser los que quedan bien en la televisión, sino los más aburridos. Pasó con el 'tsunami' en Navidad. Fue espectacular, pero ¿acaso no lo son las enfermedades, el sida o la malnutrición? Yo no argumento con imágenes, sino con cifras, y no les voy a quitar su eficacia a las primeras, porque, al menos, funcionan. Quizá deberíamos estar menos preocupados por las imágenes y más por la realidad.
SU PROPIO MUNDO
«Hay que dejar atrás la idea de que el mundo va al desastre»
A la Tierra, ¿le va bien o le va mal?
- En general, el mundo se mueve en la buena dirección, pero por eso mismo hay que seguir mejorando. En todo caso, la mayoría de las estadísticas muestran que a la Humanidad le va mejor.Vivimos más tiempo, hay menos mortalidad infantil, hay más comida y menos gente que muere de hambre, tenemos mejor educación...
Sí, pero, ¿en qué países? Tal vez en la opulenta Dinamarca, pero en la vapuleada India no creo que sirvan esas estadísticas.
- Vale, sí. En Africa y la India todo está peor, pero también es cierto que incluso en estos lugares hay ahora más comida y la gente tiene unos ingresos más elevados, aunque esto último quizá no valga para Africa, ya que este continente es realmente un problema. Las cosas van a mejor y no a peor. Incluso tendremos menos contaminación, y no más, también en España. Hay que dejar atrás la imagen de que todo va hacia el desastre y menos aún tomar una actitud de pánico y gritar a la gente: «¡Eh, tenéis que hacer algo!». Si alguien te pone una pistola en la cabeza y te pide el dinero, tú se lo das. Yo quiero quitar la pistola de la cabeza, que la gente se dé cuenta de que todo va en la buena dirección, pero que ello no quiere decir que no debamos preocuparnos por los retos globales. Hay muchas cosas por hacer.
¿Aplica usted las prioridades que tanto defiende en su vida diaria?
- Creo que sí, que todos lo hacemos, por ejemplo, a la hora de ir de vacaciones y renunciar a comprar ese abrigo tan caro que nos gustaba. Y no sólo en la vida privada, sino en el trabajo, así que, ¿por qué no hacerlo en la vida pública, en la política?
¿Tiene coche?
- No. Voy en bicicleta. En Dinamarca es muy caro tener un coche.Tienes que pagar muchos impuestos y lo veo genial. Es estupendo que exista una sociedad que trabaje para hacer a la gente la vida más cómoda eligiendo las mejores opciones. Y lo veo así de bien no sólo porque sea verde, sino porque Dinamarca ha decidido organizar la sociedad de una manera en la que sea fácil ser verde.
¿Con qué metas sueña?
- Conseguir que la gente establezca prioridades y, a nivel personal, asegurarme de tener una vida interesante. Soy académico. Adoro las ideas y creo que éstas pueden cambiar el mundo. Me encanta pasármelo bien, porque creo que mucha gente lo olvida, crece demasiado rápido y está seria todos los minutos del día. Me gustaría tener más aficiones, pero no tengo suficiente tiempo. En todo caso, adoro las cosas que hago.
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